La llama del 15-M nunca se apagó.
El Homo erectus descubrió el fuego en la prehistoria y su historia cambió drásticamente. Pero cuando realmente su destino dio un vuelco fue cuando aprendió primero a mantenerlo, aunque fuera en forma de una pequeña llama, y luego a crearlo cada vez que lo necesitaba. Del mismo modo, el movimiento 15-M, esos llamados indignados de forma despectiva por unos y reivindicativa por otros, descubrieron hace ahora un año esa llama que el pueblo español creía apagada y que salió y se extendió rápidamente no solo por todo el país, sino por diferentes puntos del globo. Como todo fuego ardiente y apasionado, este se calmó y, algunos hasta pensaban que estaba extinguido. Pero no. La verdad es que siempre estuvo vivo, se trasladó a los barrios, siguió creciendo en las redes sociales. Estaba ahí, agazapado, esperando la llamada oportuna para resurgir.
Gerard Sánchez Para: Mundosincobertura
Y ahora, en el primer aniversario de aquellos días históricos que tanto dieron qué hablar y que cambiaron la forma de ver la política, la sociedad, la economía y tantas otras cosas a miles y miles de personas de toda edad y condición, ha vuelto con la misma fuerza y fervor de entonces. El 15-M es una llamada a la rebeldía. Un grito de rabia ante tantas injusticias que nos rodean. Mira hacia la banca, acusa a los corruptos, exige responsabilidades auténticas, reclama algo tan simple a los políticos, pero a su vez tan poco frecuente, como es la honradez y la coherencia en sus propuestas y en sus actos. En pocas palabras, piden que los que nos gobiernan sean consecuentes. Y también, que tengan empatía. Que se pongan del lado de los que más sufren, y no de los de siempre. Planteamientos tan lógicos como desestimados ya desde su concepción.
EL 15-M no ha vuelto porque nunca se había ido. Descubrió su fuego y lo seguirá manteniendo, y creando en nuevas conciencias. Cada vez más gente despertará de su letargo. Se levantará de su sofá y dirá Basta ya!. Cogerá un bolígrafo, un rotulador o un simple lápiz, escribirá un lema en una cartulina, en un cartón o en una servilleta de papel, y saldrá a la calle a protestar por aquello que considere injusto o a exigir lo que crea exigible. A poco que uno se pare a pensar, seguro que no le faltan motivos. Sea porque se ha quedado en paro, porque ha perdido toda ayuda a la vivienda, porque ve que no puede pagar los medicamentos para curarse, porque su hijo estudia permanentemente en barracones y se pasa días y días sin profesor cuando el suyo se pone enfermo. Porque su primo, o él mismo, se ha descubierto haciendo cola en los comedores sociales, o porque ve como la clase política se enriquece a sus espaldas y solo se preocupa de salvar a sus socios ya sean estos bancos o multinacionales de las que saben que tienen muchas opciones de formar parte, sino lo forman ya, en el futuro.
La lista de cosas que van mal, y que se presumen a peor, es tan larga que exigiría un libro entero. Los parados llegan ya casi a los seis millones y las políticas de «ajuste» vaticinan que seguirán subiendo porque sin impulso a la economía, sin gasto social, e inversión pública no hay nada que hacer. Nos venden que hay mucha deuda, que no se puede hacer otra cosa y que el sistema de bienestar no se puede mantener. Un sistema que, paradójicamente, se cimentó en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial cuando todos los países europeos estaban no sólo arruinados, sino totalmente destruidos. Entonces sí había recursos para asegurar el estado de bienestar, y ahora no. ¿Es creíble? O resulta que simplemente se optó por dar más derechos a la gente para que evitar que más personas y países abrazaran los principios del comunismo, que, no se nos olvide, fue el precursor al exigir sanidad pública, educación pública y reparto de las riquezas, al menos de las que el estado podía disponer. Ahora no existe el «peligro» de que un país abrace otra ideología diferente al capitalismo, o al ya conocido como estado neoliberal, y quizás por eso sus máximos defensores, amparados también por esta estudiada «crisis mundial» no se esconden y muestran su verdadera cara sin tapujos. La verdad es que desde que estallaron las hipotecas subprime en 2007 la diferencia entre ricos y pobres no ha dejado de aumentar de forma escandalosa y muchos han hecho fortuna a costa de las miserias de otros.
Todavía habrá quien se pregunte por qué protestan estas personas en las calles y dirá que no les representa. Claro, ellos han votado al partido en el gobierno. Ese que, ojo, tiene mayoría absoluta sí, pero en números reales les votaron 10.830.693 de los 34.952.513 que estaban llamados a las urnas. Es decir, un 30.98 por cien de la población nos gobierna en esa mayoría absoluta que no es, ni mucho menos, la absoluta mayoría de la población porque para que así fuera, y eso que soy de letras, debería tener al menos más del 50% de los votos del total de la sociedad llamada a las urnas. No quiero con esto quitar legitimidad al partido que nos gobierna de forma democrática, pero sí a esos discursos absolutistas, retrógrados y antidemocráticos que ellos mismos evocan y con los que quitan importancia a movimientos como el 15-M y se dan legitimidad a ellos mismos que son «los representantes de la sociedad». Representantes, que no se los olvide, son también los del resto de fuerzas que están en el parlamento y a quienes otorgan en tantas ocasiones un trato ninguneante.
Pero representantes son también los líderes de los sindicatos, sino que vean sus cifras de afiliados, y también los líderes del 15-M que tienen detrás a miles y miles de personas que les apoyan y que están decidiendo que quieren una democracia nueva. Una que no se limite a votar como borregos cada cuatro años. Una en la que los de arriba den explicaciones y sean transparentes. Una en la que no se olvide que la soberanía es del pueblo. Y también una en la que haya una verdadera opción de votar también por el sistema político que queremos para nuestro país. Es decir, en la que se pueda decidir, sin que se cree un cisma, si queremos monarquía o república. Si queremos cambiar la ley electoral o incluso la constitución que tiene ya más de 30 años.
Dentro de unos días la llama del 15-M parecerá que se ha extinguido de nuevo. Pero no, seguirá ahí. Que nadie lo olvide, en la red, en los barrios, en las conversaciones de la gente, en los bares, en las tertulias universitarias, en las largas esperas de los hospitales, o del paro. En las miles de manifestaciones que nos esperan. En las residencias de ancianos y en los colegios, en las prisiones, en las fábricas, en las minas, en las oficinas. Y, en definitiva, en todo lugar donde haya una mente pensante con capacidad de ver que se pueden cambiar las cosas y que estas no siempre son como se nos cuentan.
Manifestación del 12 de Mayo en Valencia/Fotoreportaje: Tanys©
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